Rakiura – 16
de marzo de 2.010
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Una vez
más, el rock le hizo 6-0 a
los prestidigitadores, a los sabios, a los necios y a los impíos de corazón.
Olvidate de Rakiura. Esto era Stirling loco. Un gaitero comandaba el ataque
visitante. Pero cuando se escuchó 2 ó 3 temas, toda la Budweiser sucia que tomó,
se le salió por los poros y ahí mismo se pidió un taxi de Luque a Glasgow. Pero
al salir del recinto, el eco del show le remordió hasta dejarle las entrepiernas
violetas y cuando quiso volver a retomar la función, la red (p)uts impartió “justicia”
negándole el reingreso. En otro asterisco de la aldea global, 1ROBOTCIEGO
literalmente rodaba pendiente abajo desde un línea 30, ganando algunos
rasgunhitos para después encarar a pata casi un kilómetro con la fisura de
saber que la performance rondaba sus diez minutitos.
Cumpliendo
todo el arcaico protocolo de que onda proctólogos te revisan cada agujero, para
pillar dónde te duele más y después dejarte pasar como si nada, cumpliendo con cuantas
infracciones legales y hasta morales acumules en tu currículum vité, al girar
mi cabeza para saludar a un amigo chipero, me doy cuenta que el mass media más
importante de este país también estaba llegando tarde, custodiado por las
ventanillas de su papamóvil. “No me perdí de nada entonces” - dije hablándole a
mi otro yo (que, básicamente soy yo mismo pero afeitado y con várices en mi
nalguita de modelo tropicaloide).
0k. Una
vez adentro, la cosa se puso gris pero tirando a verde musgo. Con 6 temas súper
coreados por una hinchada efervescente de primermundismo, ya los tenían
contando pelusitas en su bolsillo. Y la verdad que desde que yo llegué y hasta que
me fui, el setlist jamás ficou fraco. Bien alineados y con la confianza de unos
alumnitos del pre-escolar en un festejo del Día de la Madre , los Franz Ferdinand
dejaron en off-side al 1% de la nuestra población que los fue a ver, en lo que
pasó a la historia como el primer recital GROSSO made in Paraguay, desde que
una vez casi-casi vino el Payaso Bolabola, proveniente de una gira que
culminaba en Corea del Norte. Pero que cuando le dijeron que no se trataba de
Uruguay, inevitablemente reculó, provocándole una estrepitosa caída en la bolsa
de valores de Nueva Guinea a los vendedores ambulantes de vinchas, vinchitas y
vinchucas que tenían impresa su cara y el detalle en primer y segundo plano de
su doble miembro viril, que le había llevado a la fama.
Los
caballos se llamaron al combate, cuando de entrada el vocalista y su colega
Nick McCarthy, hijo dilecto de la ciudad y futuro convocado para la Selección , dieron el
knock out con un gancho de principiantes que tumbaría hasta al último de los
mohicanos, con su “Take me out” sonando al mango como Nirvana en los ´90. Desde
entonces, jamás dieron trewa, ni de centésimos para hacer pis un touch y
volver. Nada.
Con cero
producción, en un gesto más ornamental que recio, el clan Kapranos, se despachó
contra todo huracán que se le presentara. Inyectando de imágenes mal escaneadas
por una computadora vieja, las retinas de los que vencimos a San La Muerte para poder
cantárselo en la cuna a nuestros hijos. Y a los hijos de nuestros hijos, cuando en unos anhos rememoremos nuestra
condición de víctimas de este atentado melómano tramado por piromaniacos, que
metió en la misma hoguera su disco homónimo del 2004, el “You could have it so
much better” del 2007 y unas pizcas del reciente “Tonight: Franz Ferdinand” del
2009, pasando por una sesión de percusión, en la que los 4 músicos aporrearon
una batería como si Goliat resucitara para vengarse de los israelitas y luego
liquidaron el pleito con unos sintetizadores siderales en un final apoteósico,
digno de las noches más unders en los sótanos de Europa.